Me encuentro sumergida en un Agosto interminable. Dicen que hoy
es día 9, pero yo sé que esa cifra no significa nada, que habla de otro Agosto,
uno que figura como título en la hoja de un calendario y que terminará en la
basura cuando llegue Septiembre.
No, mi Agosto no empezó hace 9 días, ni terminará el 31. No
recuerdo su comienzo y no preveo su final. Pero puedo describir perfectamente
cómo es, cómo se esconde a veces, cómo reaparece inevitablemente en toda su inmensidad
y me envuelve, arropándome con mantas de lana y felpa, asfixiándome entre sus
bocanadas de calor.
En Agosto los días son más largos. El zumbido del ventilador es una constate de
fondo que aprendes a ignorar, el agua fría es un pequeño respiro, y la
monotonía, bueno, no es más que un eufemismo que disfraza unos grilletes atados
a tus tobillos.
Cuántas cosas que se pueden hacer en Agosto, cuando las 24h
del día son tuyas. Cuántas cosas, peor aún, cuando se convierten en las 24h más
largas de la historia, igual que las de ayer, igual que las de mañana.
Pasará, ¿no? Llegará Septiembre. En Septiembre la gente
vuelve a la ciudad que abandonaron en Agosto, hay más vida, más movimiento.
Pero este Septiembre no vuelve nadie. No para mí. Este septiembre no se irá el
calor. Este Septiembre mi habitación seguirá llena de huellas de recuerdos de tantos años
pasados, y mi casa seguirá teñida de
invariabilidad.
¿Y Octubre? Octubre no es más que otro Agosto que se esconde
tras los quehaceres. Pero eso es bueno, ¿no? Tener quehaceres, matar el tiempo,
ser útil, ser alguien de provecho, hacer, hacer y hacer. Claro, eso es bueno.
Agosto es una gran mancha de nada que te agarra como el
fango. Es una mirada ausente a una pared blanca sentada en una cama de sábanas
deshechas. Es una fuente de inspiración para los locos, cuando dejan de hacer
cosas y permiten a sus cerebros tomar las riendas.
Así que yo hago lo imposible por dejar mi Agosto a raya, por
que no devore mi alma. Voy a la piscina a ponerme morena y que esa ropa tan
colorida y veraniega que me he comprado en rebajas me quede mucho mejor. No me
paro a pensar en que probablemente no salga del armario (¿o lo estoy haciendo
ahora?) Da igual, yo sigo iendo, a veces, a tumbarme en una hamaca, ponerme mi
música, respirar sol, y darme un baño rapidito –por si me quitan las cosas-
cuando el calor empieza a ser apabullante.
Recorro diariamente las calles de mi barrio con mi Lucas al
lado, y siempre vuelvo con sudor en la espalda. Tal vez un día me ponga mi
vestido nuevo, y así lo estreno, con Lucas a mi lado. Lo de los tacones mejor
no, por la caminata.
Cojo el coche y hago viajes esporádicos a la playa, porque
hay que matar el Agosto, hay que dejarle claro que tú mandas, hay que hacer
algo, y a mí me encanta la playa, así que la aprovecho como aprovecho las
hamacas de la piscina, y paso las horas escuchando lo de siempre, pensando en
quién sabe qué, remojándome un poco, o intentando perderme en otro libro.
Así es Agosto. Es, a fin de cuentas, un gran alivio que unos
llaman vacaciones y una gran mentira para los que jamás salimos de él.
Otros días, bueno, otros días sencillamente los grilletes
pesan demasiado y no haces nada. Somos débiles a veces, ¿no?
¿Y qué hago hoy? Hoy escribo, que es mi gran reto y mi gran
miedo. No escribo nada de valor, para qué vamos a engañarnos, pero estos
minutos que dedico a teclear no se harán eternos, y la necesidad de compartir
mi Agosto con el resto de Agostos sanos se mitigará un poco.
No os confundáis, mi Agosto terminará. No preveo el final,
pero creo en él.
Si te encuentras sumergido en un Agosto como el mío, un
Agosto lleno de grandes nadas, un consejo: no te creas lo de los grilletes, es
mentira.
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