viernes, 2 de octubre de 2015

Octubre 2015. Y hacia delante, lentamente.

Cierro los ojos y me voy lejos. Donde no necesito dinero para salir a la calle. Donde los horarios no asfixian ni el tiempo es incertidumbre. Recorro los intrincados senderos de antaño, solo para asomarme, solo para recordar lo de la bufanda, el gorro, la falda, los leotardos, la lluvia, el parque, el banco.
Me voy a otro país donde no hablan español y empiezo de cero, y vivo nostálgica pero extrañamente en paz. Hago todas esas cosas que sé que puedo hacer y las disfruto.
Cierro los ojos y no pienso en mañana, ni en el mes que viene.
Prefiero pensar en despertar sobre la rama de un árbol, toda empapada. Asomarme a la ventana de aquella habitación de piedra por donde la bruma de la mañana se colaba bordando la estancia de sosiego. Tan blanca esa luz. Tan sordo el rumor en la lejanía.
La playa, la orilla, cogeando.
En lo alto, sonriendo, haciendo que cuente. Que merezca la pena.
Yo, soñando, ayer, hoy y, seguramente, mañana.
Palabras y más palabras se escapan de la maraña de ideas que juegan en mi cabeza y que ignoro todos los días. O casi todos.