Me molesta.
Me molesta que suene cuando más a gusto estoy.
Todo sucede como los días precedentes. Es un bucle repetitivo que me insta a ignorar ese incesante pitido, para aceptar el hecho de que estoy despierta a penas unos segundos después.
Siempre es igual: me levanto con desgana, llego hasta él, lo apago, y vuelvo al cobijo de las sábanas.
Y me quedo ahí un ratito más. Me arrebujo todo lo que puedo, tapo cualquier rendija que deje pasar el frío de la habitación y sueño... o al menos lo intento. Pero ya no es igual. No es fácil retomar el hilo. Poco a poco voy olvidando la historia que la noche me ha contado. La olvido, pero sigo sintiéndola. Es curioso cómo cada sueño deja una sensación en mi cuerpo muy distinta a las que puedo recordar. Será porque luego no sabría describirla. Es posible que al día siguiente sienta algo parecido, si no igual... pero para mí suele ser nuevo. Distinto. Extraño. Y me gusta.
Y a la vez me entristece: es el despertar. Despertar sin desearlo, por culpa de un insufrible sonido parpadeante; pitido agudo y chirriante que se cuela por mis oídos y me sobresalta.
Miro el reloj.
Quedan minutos. Aún puedo pensar. Aún puedo soñar un poco más. Y me arrebujo. Apoyo la cabeza sobre mis manos. Las piernas encogidas; los brazos unidos. Me tapo con el pelo. Meto el pantalón del pijama por debajo de los calcetines: odio que se levante con cada movimiento. A veces sonrío al pensar lo ridícula que estaré con los pantalones por dentro de los calcetines, o la camiseta por dentro de los pantalones. Pero entre las sábanas no me importa el aspecto. Sólo una cosa es primordial: tapar las rendijas. Todas. Pasadizos esquivos que erizan mi piel. Qué traicioneras son.
Miro el reloj.
No, no y no. No pienso levantarme. Me enfurruño. Hoy me quedo aquí. Me abrazo a la almohada y añoro todos esos días en que puedo dormir todo el tiempo que quiera: días pasados, en su mayoría. No quiero levantarme... no quiero.
Hasta que me levanto.
Enciendo el calefactor, y gasto los siguientes cinco o diez minutos dejando que el calor abrasante acaricie primero mis manos, y luego todo el cuerpo. Ya se oye movimiento fuera, al otro lado de la puerta. Yo también debería estar ahí. Pero sigo delante del maravilloso foco de calor.
Sólo un ratito más...
sábado, 24 de noviembre de 2007
Cada mañana se pierde una pequeña batalla
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Jajaja... qué me vas a contar a mí que ya no sepa!!! Si oigo tu despertador poco después de que suene el mío y, si eso, como media hora después te veo aparecer por el pasillo con ojos de muerta... Por eso, prefiero no soñar porque así cuando me despierto no me da pena dejar el sueño a medio... ^^
Yo tambien me pongo los calcetines por encima del pantalon del pijama iralcampoaregarstyle xD
"Es curioso cómo cada sueño deja una sensación en mi cuerpo muy distinta a las que puedo recordar. Será porque luego no sabría describirla."
Es la clave, la magia de los sueños.
Y yo que duermo en ropa interior...
Publicar un comentario