Como el renacimiento de lo indescriptible, obsérvala en todo su esplendor. Cae. Su silueta la forman millones de hadas diminutas; su corazón, la plenitud de lo eterno; su tacto, seda escurridiza entre tus dedos. Cae. Y recorre un camino infinito hacia el abismo de la inmensidad. Baila con luces de colores y refleja el frescor de la vida. Cae. Y en su caída, nada la detiene. En su caída, posee la fuerza y el candor de un pájaro al surcar, del aire al rozar, del cielo al mirar. Su armonía se refleja en una templanza absoluta, pura y exenta de imperfecciones. Su mirar reluce como el sentir. Es un aliento de vida que cae, una perla quimérica. Es la belleza en su grado más absoluto. Es, simplemente, una gota de agua que se precipita hacia lo infinito. Y cae, y cae...
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